Recuperar a la madre entrañable


Por Jesús García Blanca

Con motivo del 25º aniversario de la primera edición de La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, de Casilda Rodrigáñez, que celebramos con una cuarta edición actualizada (Murcia, Cauac Editorial, 2021).

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.“La dependencia no es un estado de hecho, sino una relación. Una relación de poder”.

Christiane Rochefort

En el verano de 1995, con mi compañera, nuestra hija de tres años y nuestro hijo de dos, pasamos unas intensas semanas en la comunidad Los Arenalejos, cerca de Alozaina, en la sierra malagueña. Allí me encontré con uno de esos libros que te regala el destino, lleno de revelaciones y al mismo tiempo de palabras en las que uno se reconoce o reconoce como propias.

Las autoras habían optado por un título largo y descriptivo. Después de todo el título corto ya estaba pillado por Gilles Deleuze y Felix Guattari: El anti-edipo, y tampoco se trataba de escribir un bestseller de fácil venta y más fácil olvido, sino de una revelación profunda, dolorosa, absolutamente necesaria y aterradoramente enterrada en nuestro inconsciente colectivo.

Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro se pusieron manos a la obra para una labor arqueológica (que diría Michel Foucault): desenterrar el secreto más temido de la historia de la humanidad. No, no exagero ni me dejo llevar por la facilidad de escribir palabras grandilocuentes. Medito mucho lo que escribo sobre este libro crucial: La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente. Esas son las terribles palabras que componen el título de esta obra imprescindible para los que luchan, para los rebeldes, para los que buscan una salida, o al menos una pequeña esperanza de salida, del laberinto del poder, de la sumisión, de la destrucción de la vida. O, como dice una de sus autoras en el prólogo especialmente escrito para esta edición, para “perforar el magma dogmático subyacente a la civilización de la dominación y del sufrimiento humano”.

A mediados del siglo XVI Etienne La Boétie se preguntó por el origen de la obediencia que el denominaba “servidumbre voluntaria” y que vagamente atribuyó a la costumbre, a la propaganda del estado o al uso abusivo de la religión por los gobernantes que convertían los deseos en pecado. Pero nada de eso explicaba ni el origen ni los mecanismos concretos que pudieran provocar la actitud sumisa de la práctica totalidad de los seres humanos, y la pregunta quedó en el aire durante siglos hasta que el científico rebelde Wilhelm Reich se propuso responderla abriendo así una puerta a numerosos investigadores de diferentes disciplinas que han venido sacando a la luz los detalles de este crimen convertido en piedra fundacional del patriarcado.

Pero Reich no solamente aportó la primera clave para empezar a responder la pregunta de La Boétie, sino que fundó una nueva ciencia, una nueva mirada que otros han utilizado para complementar sus descubrimientos iniciales: la psicología social. Tan reveladora y revolucionaria que los representantes oficiales en ambos terrenos se volvieron contra él incapaces de asimilar las consecuencias de lo que el genio austríaco estaba poniendo ante sus narices. De modo que fue expulsado del Partido Comunista y de la Sociedad Psicoanalítica.

Dos ediciones de su libro Psicología de masas del Fascismo separadas por diez años dan cuenta del duro proceso de Reich para compartir sus análisis a pesar de la persecución que se cernía sobre él allá donde iba. La primera edición se refería exclusivamente al fascismo en la Alemania nazi previa a la segunda guerra mundial, pero una década más tarde, Reich dejaba muy claro que el fascismo no es una mera ideología política sino el resultado de un proceso complejo que se manifiesta en sociedades autoritarias entre las que ahora Reich incluía a la Unión soviética e incluso a los Estados Unidos.

Ese proceso complejo se asienta en la distorsión de la sexualidad humana desde los comienzos de la vida: la falta de gratificación de los deseos primarios, unida a la frustración que esto genera y a la cólera por la frustración que a su vez produce angustia por la inhibición del amor y del odio, es el alimento de lo que Reich llamó “coraza” que se desarrolla en el plano físico –mediante una rigidez de la musculatura– y en el psíquico provocando una alteración del yo, es decir, trastornos psicoemocionales.

Las autoras de este libro, sin embargo, han ido mucho más lejos:

  • Vinculando concepción, embarazo, parto y amamantamiento con la sexualidad femenina: “El útero es un seno donde anidan los óvulos fecundados […] una parte del propio cuerpo de la mujer integrado en el mismo sistema nervioso y regado por sus flujos sexuales […] desea verse colmado y lleno. Cuando se produce una fecundación, la mujer inicia un ciclo sexual distinto […] durante los nueve meses de gestación compartimos con el feto la comida, el oxígeno, una misma sangre impulsada por un solo corazón que late al unísono en los dos cuerpos, uno totalmente dentro del otro”.
  • Identificando la irrupción violenta de las tribus nómadas en la Vieja Europa, en la que se desarrollaban culturas matrifocales, con los comienzos del orden autoritario patriarcal.
  • Planteando el papel determinante de la ruptura del vínculo materno en el establecimiento de ese orden representado en particular por la transformación de la madre entrañable en pseudo madre patriarcal.
  • Identificando la transformación del deseo en carencia como causa fundamental del principio de autoridad/obediencia.
  • Estableciendo la relación de causalidad entre la represión del deseo materno y de las necesidades vitales de las criaturas, y la imposición de necesidades y carencias como clave del estado de sumisión inconsciente.

Estos hallazgos suponen contestar con aterradora precisión a la pregunta de La Boetie poniendo en conexión dos fenómenos que ya por separado resultan provocadores pero que al unirse en una relación causa-efecto suponen una brutal revelación: la supresión de la madre entrañable y su sustitución por un sucedáneo al servicio del patriarcado, y el estado de sumisión, de obediencia, de “servidumbre voluntaria” enraizado en el inconsciente.

Con la ayuda de autores como Frederic Leboyer, Michel Odent, Ashley Montagu, Konrad Stettbacker, Georg Groddeck, Michel Balint, Juan Mereló-Barberá, las autoras señalan el momento clave de esa supresión, de esa violación, del arrebatamiento que definirá a la criatura como pieza de la maquinaria: el parto y el inmediato postparto, marcados por la separación de los cuerpos que hasta ese momento habían sido uno. La trascendencia de la agresión es enorme, y Rodrigañez y Cachafeiro no se andan con rodeos a la hora de denunciarlo: “privar a las criaturas de la madre entrañable es un crimen contra la humanidad”.

Y los rituales que garantizan la nefanda misión quedan a cargo del parto medicalizado practicado en los hospitales y complementados por una serie de mentiras que se han conseguido grabar en el imaginario de las madres patriarcales: la necesidad de asistencia médica, la espera para amamantar arguyendo que el calostro puede ser perjudicial, la supuesta necesidad de descanso de la madre tras el parto, la imposición del chupete, la impiedad de hacer oídos sordos al llanto de los bebés, el convencimiento de que las criaturas no se enteran, no sufren, no sienten y el llamado “enmadramiento”, la trampa de hacer creer que los bebés a los que se mantiene en brazos, amamantados a demanda, pegados al cuerpo de la madre van a ser “débiles”, o “dependientes”.

Tras tanto dolor por la constatación inapelable de la desalentadora realidad, de ese mundo tan feo al que pertenecemos y del que somos cómplices inconscientes, las autoras cierran su libro con un breve capítulo abierto a la esperanza: “tenemos que construir” dicen con apremio, “formas de convivencia más amplias para recuperar la fraternidad entrañable y el apoyo mutuo, romper la estructura familiar” que ya el propio Reich consideraba la pieza clave de la persistencia del dominio y la obediencia.

Una tarea dura, compleja, inmensa, pero no imposible. Y este libro, que nos inspiró a muchos y sobre todo a muchas hace 25 años, pone los cimientos para empezar a construir ese otro mundo que recupere la armonía de aquellas sociedades organizadas en torno a las madres y sus criaturas: “Si la emoción se produce conectada con las pulsiones, irrumpe un deseo materno arrollador que hace trizas los prejuicios de las culturas matricidas, y que es capaz de derretir el acorazamiento y de hacer pedazos la cultura matricida; y entonces desencadena el proceso interno de expansión del placer. El deseo materno es una pulsión sexual, y como tal se opone al acorazamiento y lo derrite. El deseo materno, en realidad, forma parte del paradigma original de la humanidad”.

11 de marzo, 2021.

Jesús García Blanca.

http://saludypoder.blogspot.com

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3 respuestas

  1. Tendré que volver a leer a Reich y hacerlo también con este libro que se refiere, para completar el acertado cuadro que se describe. Todo lo que la humanidad pueda hacer para evitar la dominación de unos seres humanos sobre otros es de desear y agradecer. Y digo evitar, porque no creo posible su eliminación y el reino animal es el escenario en que se observa la jerarquía de poder dentro de la misma especie y grupo, aunque tiene una poderosa razón de ser, la supervivencia. En el ser humano no es por supervivencia, es por puro placer de atesorar y dominar, pura ansia de poder.

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