Presentación de la segunda edición de «9 almas»

Ana María Oliva

 

Escribí este libro hace ya casi 2 años, y en ese momento mi intención era poner por escrito todo lo que yo misma había aprendido a través de acompañar a miles de personas en su travesía por este mundo. Soy persona de vivir en un presente perpetuo, y eso hace que olvide fácilmente anécdotas y ejemplos, incluso cuando los he repetido muchas veces. Y quise que toda esta etapa de mi vida, ahora finalizada, no se perdiera. En ese momento no podíamos ni imaginar lo que nos iba a tocar experimentar como raza más adelante.

Supongo que la mayoría de nosotros no esperábamos que, de la noche a la mañana, toda nuestra vida iba a cambiar. Que de repente nos daríamos cuenta de que ya nada es igual. En el momento que escribo estas líneas estamos atravesando el momento llamado COVID­19. No creo que olvidemos fácilmente ese nombre y esta experiencia. El momento en que nos dimos cuenta de que todo era distinto de cómo nos habían contado, de cómo habíamos imaginado. Que hay una realidad detrás de lo que vemos.

Un día te levantas y descubres que ya no puedes salir de tu casa. Que estás irremediablemente confinado en un espacio que en su momento elegiste, con las personas que forman parte de tu realidad más inmediata, de tu entorno más cercano. Encerrados, a veces incluso atrapados. Que lo más básico de tu día a día, salir a trabajar, ir al monte, estar en la naturaleza, compartir con tus seres queridos, abrazar… todo eso ha sido eliminado de la noche a la mañana. Ya no existe más. Algunos les pilló de viaje por otro lugar. Algunas parejas quedaron juntas, otras separadas.

Había repetido muchas veces que “no se pueden poner puertas al campo”, y de repente descubrí que sí se le puede poner puertas al campo, y a la playa. Y si no son puertas, sí se puede poner una cinta que nos impide siquiera pisar la arena o el monte. Que nos pueden impedir respirar imponiéndonos una mascarilla. Que nos pueden impedir abrazar a quienes amamos en nombre de la salud y del cuidado. Que nos pueden impedir vivir en libertad, en nombre de nuestro propio bienestar.

Descubrí para mi asombro (e inicial indignación) que la mayoría de la gente aceptaba eso como algo “incómodo pero bueno”, e incluso lo aplaudían.

No sé qué fue más impactante para mi, si lo que estaba ocurriendo o ver cómo estábamos reaccionando ante ello. Recuerdo el primer video que grabé, desde mis entrañas, diciendo “protégete de la epidemia… de miedo y de desinformación”. Tal vez porque hace muchos años que no veo la televisión, para mi estaba claro que todo eso era una cortina de humo. Que nada era lo que nos estaban haciendo ver, que nada tenía sentido. La manipulación era demasiado burda, demasiado evidente. Nunca antes se habían quitado tantas libertades simultáneamente en casi todo el mundo, sin ninguna justificación que fuera real.

En ese momento sentí que tenía que aportar mi granito de arena, que para eso llevaba años preparándome. Sentí que debía colaborar a ser semillas de luz, de esperanza, de claridad. Empecé una actividad frenética para estar ahí, iluminando mi pequeña parcela.

Confieso que ha sido (está siendo) difícil. A veces te dan ganas de gritar “¿no te das cuenta?” ¿es que no lo ves? Y no, mucha gente no lo ve. He descubierto que nuestra sociedad está mucho más infantilizada de lo que yo pensaba. Que nos han entrenado muy bien para ser obedientes y crédulos, para no pensar por nosotros mismos. Que muchas personas ni siquiera saben leer lo que está escrito y se fían de que otros se lo lean y se lo interpreten (como la ley sobre las mascarillas).

Nadie nos explicó que cada día hay personas que mueren, por muy diversas causas, porque la muerte es parte de esta expe­riencia que llamamos vida. Nadie nos contó que, en España, cada día mueren, en promedio, unas 1100 personas. Y de repente la muerte saltó a los medios de comunicación. Se empezó a reportar cada muerte. Cada persona “contagiada” era casi como un condenado a la muerte más horrible que puedas imaginar. Se empezó a narrar cada persona, como si nunca hubiera muerto alguien en el pasado. Así que cuando nos empezaron a hablar de los pimeros 20, 50, 100 muertos, pensamos que eso era una barbaridad. Barbaridad es que la muerte esté fuera de nuestra vida. Barbaridad es que vivamos al margen de ella, como si nunca fuera a ocurrir. Nacemos, y lo único que sabemos es que algún día también moriremos. Porque esa es la naturaleza de esta experiencia, ser limitada en el tiempo y en el espacio. Y en esa limitación, tenemos la posibilidad de alcanzar lo ilimitado, la plenitud.

Se apeló al miedo más profundo que tenemos, el más inconsciente, que es el miedo a la muerte. Y es que el miedo es precisamente el que nos protege de los posibles riesgos que amenazan nuestra existencia, por tanto, el miedo a la muerte está en la base de nuestro subconsciente. Y se nos privó de lo más básico como humanos (incluso como mamíferos): la pertenencia, la compañía, el poder compartir, apoyarnos, abrazarnos. Se prohibieron los abrazos y los besos. Incluso
muchas personas llegaban a su propio hogar y sentían que no podían abrazar a sus propios hijos sin exponerlos a un peligro de muerte. Por primera vez en la historia, miles de personas murieron en la más absoluta soledad y desatención, muchos sin ni siquiera entender por qué, aterrorizados por unos medios de des­información masiva que solo han creado más miedo y más incertidumbre.

Durante los últimos 300 años se ha ido haciendo, sutil y suavemente, una verdadera preparación, un adoctrinamiento. Desde la parte que yo puedo ver, los intereses levantaron a un mediocre Darwin frente a un excelente Lamarck. A un
tramposo Pasteur frente a unos excelsos Bernard y Bechamp. Y a partir de ahí, todo estaba servido. Una física mecanicista nos hablaba del cuerpo como un gran reloj de precisión suiza, en el que una pieza puede ser sustituida por otra, donde todo está escrito y es predecible, donde no cabe ni la incertidumbre  ni la libertad, porque cada uno debe estar sirviendo al guión preestablecido, porque todo es lineal y ya está escrito. Un destino inevitable hace que un proyectil aterrice en un lugar predecible (leyes de física del tiro parabólico). Una biología
basada en la escasez y la competitividad continuaron el caldo de cultivo donde seguimos infantilizando a una sociedad, buscando los culpables fuera, externalizando las causas, olvidándonos de que nosotros somos los únicos dueños de nuestro cuerpo, y también los verdaderos cuidadores.

Se ha ido sutilmente destruyendo los vínculos más esenciales para la vida. Se ha convertido el parto en un acto médico, medicalizado y programado, como si las mujeres no supiéramos parir. Las cesáreas se han convertido en una comodidad para todos, en lugar de una solución para casos de emergencia. La lactancia materna queda relegada frente a unas leches artificiales “maternizadas” que prometen tener todos los nutrien­tes que necesita el bebé. Los vínculos entre los humanos se han ido debilitando, la familia se ha ido destruyendo, normalizando comportamientos cada vez más deshumanizados. Se ha normalizado lo anormal, se ha destruido el sentido común. Y se considera retrógrado y mentalmente cerrado a quien defiende lo natural, lo que observamos en la naturaleza. Ahora se está legalizando que los adultos puedan tener relaciones sexuales con niños, los MAP. ¿Vamos a seguir sin levantar la voz?

La naturaleza se volvió nuestra enemiga, una naturaleza llena de fenómenos hostiles, y de microorganismos asesinos que amenazan nuestra existencia a cada instante. Y el informe Flexner finalmente borró de las posibilidades terapéuticas todos los enfoques que no fueran farmacológicos: de los currículums de las facultades de medicina desaparecieron la osteopatía, la homeopatía, la naturopatía, la electromedicina… La medicina pasó a ser un siervo más del mercado, y las farmacéuticas poco a poco empezaron a ocupar la posición económica que hasta entonces había tenido las empresas armamentísticas. No cambia mucho, solo de qué manera matamos.

Apareció el término “iatrogenia”, que suena muy bien pero en realidad significa el daño a la salud producido por los propios médicos (de forma involuntaria, se supone). Se ha publicado que la iatrogenia es la tercera causa de muerte en EEUU. No es que en EEUU las cosas se hagan peor que en otros países, es simplemente que en otros países ni siquiera lo publican. Eso significa básicamente una cosa: nuestro sistema de salud se ha olvidado de la salud, se ha enfocado solo en las enfermedades, y básicamente en una única aproximación limitada de cómo tratarlas: la química.

Y otro término también se hace bastante común en la descripción de las enfermedades: idiopático. Hipertensión idiopática. ¿Qué significa? Pues básicamente que no saben de donde viene. Idiopático significa que no sabemos cuál es su causa. Pero al decirlo con tanta seguridad, al haberle puesto un nombre, parece que ya sabemos más. No. Es una simple declaración de ignorancia.

Hablaba con un médico el otro día preguntándole si en la facultad les han enseñado cómo funciona el cuerpo. Su respuesta fue rotunda: Sí, claro, hemos estudiado mucha fisiología. Bien, y esa fisiología que has estudiado, ¿te explica cuál puede ser la causa por ejemplo, de una escoliosis? No, es una de las patologías idiopáticas. ¿Alguien te explicó la importancia de la mordida, del ajuste de tu mandíbula, y cómo el cuerpo intenta mantener la línea que une los ojos siempre horizontal, y que por ello a veces compensa la estructura haciéndola rotar o “torcerse”? ¿Alguien te explicó que la mayoría de las enfermedades son psicosomáticas, porque comienzan por mi manera de interpretar el mundo y lo que ocurre, y del importante efecto bioquímico de tus propias emociones? ¿Alguien te explicó la importancia del terreno biológico y que los llamados gérmenes sólo germinan cuando el terreno es adecuado para ello? ¿Alguien te habló de que una de las mejores formas de equilibrar tu pH es con la respiración, o que el fenómeno de la formación del ATP es puramente eléctrico? ¿Alguien te explicó cómo mantener tu salud? ¿La relación entre la gripe y la carencia de vitamina D? ¿El efecto de las radiaciones electromagnéticas y la salud? ¿La composición de las vacunas? ¿Alguién te habló de todo eso? No, obviamente la respuesta a todas estas preguntas, que son solamente unas pocas, no las encontrarás en casi ninguna facultad de medicina.

Tendrás que ir a buscar otras fuentes, a menudo denostadas, despreciadas y proscritas. Tendrás que tener la inquietud de leer mucho, de desafiar tu propia programación mental para comprender de verdad cómo funciona(n) nuestro(s) cuerpo(s).

Solo así podremos recuperar un sistema sanitario basado en la salud, y no en la enfermedad. Deshumanizados, en un adoctrinamiento donde todo es escaso y el otro es mi enemigo, donde “papá estado” me cuida, donde el poder lo tienen los que ejercen el rol de organizar la sociedad, hemos convertido la salud en un acto médico y en un negocio. Y no, la salud es el estado natural de nuestro ser.

Estamos diseñados para mantenernos siempre sanos. Y la salud incluye la vitalidad de nuestro cuerpo físico, y también un estado psicoemocional de amor incondicional y de la paz que precede al gozo de sentir que estamos conectados con todo. La vida no se trata de luchar, la vida es suave, el día sucede a la noche tras un maravilloso y siempre nuevo amanecer. El crecimiento se va haciendo día a día. No hay enemigos, hay vida que se expresa de diferentes maneras, y una vida que está en continuo cambio y adaptación. Y esa es la clave para la vida, la adaptación. Adaptarnos al entorno no significa controlarlo o conquistarlo, como parece que quieren algunos. Significa entender que la vida se expresa en todas partes, y ser parte nosotros también de ello, ser expresión de una vida con el respeto a todo el resto de expresiones. Adaptación significa también que hay cosas que cambiar. En invierno uso ropa de abrigo. En verano, no. Adapto mi ropa a las circunstancias exteriores. Si estoy triste, me meto hacia dentro, me apetece estar más sola, como mucho, un abrazo, ni siquiera muchas palabras. Cambio pequeñas cosas, o grandes, para mantenerme en equilibrio con las circunstancias, externas e internas. Y esos cambios a veces son sencillos, como cambiar la ropa del armario. Otras veces requieren sudor y lágrimas. Puede ser que mi cuerpo genere una fiebre, o una inflamación, suba la tensión arterial, haga que solo quiera dormir, o me haga eliminar toxinas a través de una diarrea, o… cualquiera de todos esos signos y síntomas que llamamos “enfermedad”. Eso que llamamos enfermedad, son los síntomas de que tu cuerpo está haciendo un proceso de adaptación, está construyendo un nuevo equilibrio, porque las circunstancias externas e internas están cambiando continuamente.

Cuando los cambios externos son más acusados, como en los cambios de estación, el cuerpo reacciona. Y si más o menos estamos en la misma condición, la respuesta va a ser parecida para muchas personas de la misma comunidad. Entonces dirán que tenemos una “epidemia”, hablamos de las gripes estacionales, o de enfermedades estacionales. Y en lugar de intentar comprender a qué me estoy adaptando, nos limitamos a suprimir los síntomas con fármacos. Porque los síntomas son finalmente la forma en la que el cuerpo intenta solucionar las cosas. Y entonces impedimos que el cuerpo se adapte, y cada vez estamos más desequilibrados, más desadaptados, más débiles, más “enfermos” (que etimológicamente significa falto de firmeza). Cada vez dependemos más de esa sustancia química externa que me permite anestesiar los síntomas, sean físicos, mentales o emocionales. Cada vez más alejado de mi propia salud.

Debemos empezar a pensar por nosotros mismos. Es urgente aprender qué significa ser HUMANO. Aprender que tenemos diferentes estructuras, física, energética, emocional, mental y espiritual. Debemos aprender a escucharlas. Saber cómo funcionan. Saber qué me están contando a cada momento. Todo lo que acabo de describir es una parte de la realidad que estamos experimentando. Una vez tenemos la información, lo importante es decidir qué vamos a hacer. ¿Qué va hacer con tu vida? ¿En qué te vas a enfocar? Observo muchas personas actualmente enfocadas en darle vueltas a esta información, a los problemas, a todo lo que acaban de descubrir (y que duele) sobre la realidad en la que vivimos. Pero precisamente los seres humanos tenemos la posibilidad de cambiar, de evolucionar, de re-­evolucionarlo todo. Para ello necesitamos enfocarnos. Durante estos últimos meses he estado repitiendo incansablemente esto: necesitamos encontrar el equilibrio entre la información y el enfoque.
Y detecto que no hay demasiadas fuentes hablando de cómo construir un mundo nuevo. El que conocíamos no existe más. Algunos no lo quieren ver, pero no existe más. Ahora toca construir algo diferente. Continuar evolucionando. Por suerte o por desgracia, los seres humanos crecemos extraordinariamente en frente de las dificultades. Cada momento de noche oscura nos ha generado un nuevo descubrimiento de nosotros mismos. La dificultad muchas veces nos fortalece, nos muestra aspectos que podemos continuar trabajando. Eso sí, nadie dice que eso sea fácil. Es importante volver a construir una visión de una nueva humanidad, de una nueva sociedad. Sembrar semillas de lo que realmente queremos, poniendo nuestro enfoque y nuestros recursos en ello. Eso lo conseguiremos desde un único punto de partida: cuando descubro quién soy. Las fortalezas están ahí siempre. Las crisis me muestran mis debilidades. Trabajarlas o sucumbir es mi decisión personal.

Necesitamos volver a nuestro corazón, conquistar día tras día nuestra propia paz. Y desde allí ir tomando las pequeñas o grandes decisiones que podamos para alinear nuestra vida con nuestra visión. Necesitamos re­conocernos desde la compasión y el amor, desde la certeza de que todo es perfecto así como es. Desde la confianza en la vida, que mantiene todo el universo en orden, que hace que el sol no se caiga sobre la tierra, y que tras cada lluvia crecen nuevas flores.

El estado natural del ser humano es la vitalidad, la felicidad, el amor, la benevolencia, la acción correcta, la coherencia, la CONSCIENCIA. Eso es lo que realmente somos. Y no hay píldora mágica para ello, solo un caminar continuo hacia dentro y hacia fuera, en ese ciclo perpetuo de expansión y contracción, de sístole y diástole, en esa dinámica que expresa la vida como la conocemos en nuestro planeta. Es mi deseo que este libro te aporte claridad en el momento vital que estés atravesando. Que te dé claves para realmente comprender cómo funcionas, ver los puntos débiles y tener recursos para fortalecerlos, para tomar las riendas de tu vida. Para construir tu visión, tu sueño. Para vivir con mayor plenitud. Eso es lo que estamos llamados a ser. Esa es nuestra verdadera naturaleza. No dejes una sola grieta para algo que no sea expresar toda tu grandeza y tu magnificencia.

Portada de la nueva edición de «9 almas», de Ana María Oliva

https://cauac.org/libros/9-almas/

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2 respuestas

  1. Ana estoy emocionada con tu coraje y tus palabras. Felicidades y muchas gracias por poner tu granito de arena. Ayudarás a iluminar muchas vidas y motivarás a otros salir de la caja. Te he conocido en “ being one” 2018 y Te he sentido muy cercana. Allí hemos tenido la experiencia como nuestra energía se armonizaba por estar todos juntos por lo mismo, en tu ordenador se reflejaba. Esta fase no es fácil, pero tengo fe que llegaremos a la masa crítica. Gracias infinitas????Da igual lo que piensan los demás, lo importante es lo que uno hace y aporta. Estamos contigo Ana, muchos. Elisabete Mota

  2. COMO SIEMPRE TUS PALABRAS REPLETAS DE CONTENIDOS SIGNIFICATIVOS HACEN BIEN AL ALMA. GRACIAS ANA, UNA VEZ MÁS. POR SUERTE CADA DÍA HAY MÁS Y MÁS HUMANOS AUNADOS A SER PARA FLORECER. UN ABRAZO ENORME Y SENTIDO, HERMANA.

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